En la montaña, la nieve pone a prueba a la fauna, pero a nosotros nos da la gozosa oportunidad de disfrutar de la limpia blancura del paisaje y de rastrear las correrías de la liebre, del zorro, del venado o de la gineta a través de las huellas que dejan en el blando suelo.
Hibernan en sus abrigaños el erizo, el lirón careto y los murciélagos. Pero aunque la Naturaleza parezca estar adormilada, siguen ocurriendo muchas cosas. Los cervatillos dejan ya de mamar y pierden las simpáticas manchas de su pelaje infantil. Comienza el desmogue de los ciervos, que pierden su cuerna, a veces majestuosa, para empezar de inmediato a renovarla. Y los jabalíes, de costumbres nocturnas el resto del año, suelen hozar de día en busca de alimento.
Aunque no parezca el momento más propicio, empieza la estación de cría para las ardillas, que en las copas de los árboles ponen confortable su hogar tapizándolo con líquenes y musgos. La pareja de buitres leonados tampoco se arredra ante el frío, y en las mañanas soleadas podemos disfrutar de la perfecta sincronía de su vuelo nupcial sobre los altos cantiles. Poco después, ambos defenderán su único huevo en el nido, desafiando impasibles los vientos y aguanieves que azotan los farallones. También el cárabo se reproduce ahora, y basta con salir del pueblo hacia el bosque para oír su inconfundible reclamo llenando de magia la noche fría. Y como no, los quebrantahuesos crían nuevos pollos -todavía en el centro de cría en cautividad- para que pronto vuelen por toda Andalucía.
Hacia finales de la estación, hay ya signos de la avalancha de vida que se acerca: se oye el canto pausado del mirlo atrayendo a la hembra desde árboles y tejados, y estallan en flores blancas los almendros.